El Caracter de Dios (por John Sttot)

Publicado en por Miguel

 El Dios de la revelación bíblica, que es tanto Creador
como Redentor, es un Dios que se preocupa por el bienestar (espiritual y material) de todos los
seres humanos que ha creado. Habiéndolos creado a su propia imagen, anhela que descubran su
verdadera humanidad en sus relaciones con él y entre sí. Por un lado, a Dios le preocupa
vivamente la situación de sus criaturas en su alejamiento de él. No se complace en absoluto por
la muerte de los malos, y no quiere que nadie se pierda. De modo que les ruega que escuchen
su palabra, que se vuelvan a él en actitud de arrepentimiento y que reciban su perdón. Por otro
lado, a Dios le preocupan los pobres y los hambrientos, los extranjeros, las viudas y los
huérfanos. Denuncia la opresión y la tiranía, y pide justicia. Le dice a su pueblo que sea la voz
de los que no tienen voz, y defensor de los impotentes, y que de ese modo exprese su amor por
ellos. No es accidental ni una sorpresa, por lo tanto, que los dos grandes mandamientos de Dios
sean que le amemos a él con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
El funcionamiento de estos mandamientos se aclara perfectamente en la ley. Por ejemplo, su
pueblo debía «temer», «amar» y «servir» a Dios. ¿Cómo? En parte «[andando] en todos sus
caminos»  y  «[guardando] sus mandamientos», porque él es  «Dios de dioses, y Señor de
señores», quien por ello ha de ser adorado; y en parte siguiendo su ejemplo, por cuanto él
«hace justicia al huérfano y a la viuda ... ama también al extranjero dándole pan y vestido».
Así, la adoración y la obediencia, por un lado, la filantropía y la justicia, por otro, van juntas
como la doble obligación del pueblo de Dios.
Luego vinieron los profetas, que recordaban constantemente al pueblo la ley, y exhortaban a
cada cual a obedecerla. «Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de
ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.» Una vez más, la
justicia y la misericordia para con el prójimo y la humildad ante Dios están unidas.
A la par de este testimonio profético sobre la ley de Dios iban las valientes denuncias contra
quienes la escarnecían. Elías constituye un ejemplo destacado. En una época de apostasía
nacional, su ministerio aparece centrado en sus dos enfrentamientos principales, primero en el
monte Carmelo, cuando desafió al pueblo a escoger entre Yahvé y Baal, y luego en Jezreel,
cuando acusó al rey Acab de asesinar a Nabot y confiscar su propiedad, y le advirtió acerca del
juicio de Dios. Resulta llamativo descubrir al mismo profeta actuando como defensor tanto de
la lealtad religiosa como de la justicia social.
Luego, ciento cincuenta años más tarde, encontramos a los dos grandes profetas exílicos,
Jeremías  y  Ezequiel,  continuando  la  misma  tradición  de  protesta.  ¿Por  qué  cayó  sobre
Jerusalén el desastre? Según Jeremías, porque el pueblo había «dejado» a Yahvé para seguir a
«dioses ajenos», y había llenado Jerusalén de «sangre de inocentes».
Según Ezequiel, la ciudad había de acarrear juicio sobre si misma por ser «derramadora de
sangre en medio de sí», y porque «hizo ídolos». En ambos casos el colmo del pecado de Israel
fue la combinación de «ídolos» y «sangre», ya que la idolatría era el peor pecado contra Dios,
y el asesinato el peor contra el prójimo.
La ley y los profetas, por lo tanto, reflejan el carácter de Dios. Lo que él es, debe serlo también
su pueblo, compartiendo y reflejando sus intereses. En particular, no hay ningún dualismo en el
pensamiento de Dios.
Tendemos a contraponer entre sí de un modo malsano el alma y el cuerpo, el individuo y la
sociedad, la redención y la creación, la gracia y la naturaleza, el cielo y la tierra, la justificación
y la justicia, la fe y las obras. La Biblia ciertamente distingue entre ellos, pero también los
relaciona entre sí, y nos instruye a mantener cada par de conceptos en una tensión dinámica y
creativa.

 

Tomado de: John Sttot, El cristiano contemporaneo.

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